
Cuando tu valor propio depende de cómo te traten los demás, de tus logros o te valores en función de cómo te ven en los entornos en que te desenvuelves o de la admiración que inspiras, pudieras estar construyendo una emocionalidad frágil que camina en medio de lo volátil, incapaz de gestionar bien el rechazo y esforzándote en busca de la aprobación de los demás.
Todos necesitamos reconocimiento, eso es innegable dado que es una de las necesidades emocionales propias de todo ser humano, sin embargo, hay que estar claro que el primer reconocimiento debe venir desde adentro, ya que uno debe gustarse, amarse y admirarse uno mismo y sentirse bien cuando se está en momentos de soledad.
Tu valor nunca puede estar dado por ti en base al estatus que te confieren los demás o el respeto que inspires pues ello conlleva a que tu nivel de seguridad interna este supeditado a múltiples variables, haciendo que tu estado de ánimo sea tan volátil como el trato que te den durante el día y si hay algo que no puedes controlar todo el tiempo es cómo los demás te puedan tratar o reaccionar ante ti.
Y si eres una persona con metas, proyectos y objetivos, serán muchos momentos de desplantes que vivas en tu entorno, sobre todo por aquellos que puedan sentirse amenazados, rezagados o molestos porque tu crecimiento los presiona a salir de su zona de confort.
Tu valor siempre debe ser dado por ti mismo sin importar en función de cómo te traten y en ninguna circunstancia puedes permitir la recurrencia de un trato que atente contra tu dignidad.
Pues cuando se rompe el dique del buen trato y la consideración, ya sea en lo personal, profesional o social, lamentablemente es muy difícil recomponerlo y si no tomas medidas inmediatas, la repetición de ese maltrato hacia ti puede ser constante.
Una persona muy sabia me comentó que toda relación debe contener las tres C, que según me dijo son la Comprensión, la Consideración y la Comunicación, de forma tal que si una de esas faltas, a la relación se le dificulta el buen rumbo.